lunes, 23 de julio de 2012

Carta de un funcionario.

Hoy no voy a contar nada, simplemente voy a transcribir un escrito de un compañero de trabajo (y quiero pensar que también amigo) en el que reflexiona sobre la situación actual. Amablemente me ha permitido que pueda colgarla en este humilde rincón, lo que le agradezco, y a la vez quiero resaltar que comparto lo que dice.

Están sordos, o no quieren escucharnos, por eso hay que repetirles la cosas mil veces, con millones de voces, para que se enteren. Se lo repetiremos cuanto sea necesario, para que lo entiendan y lo respeten:

 Están vendiendo que lo público es caro. Eso es una trampa. Lo público no es caro ni barato, es necesario y este es un pueblo solidario. Nos preocupan nuestros vecinos, por eso cuidamos del desempleo. Nos preocupan nuestros padres, por eso consideramos que las medicinas no son un lujo, las pensiones tienen que ser adecuadas, y  los hospitales públicos imprescindibles. Nos preocupan mucho nuestros hijos, por eso queremos una educación de calidad y justa, donde también puedan estudiar los más humildes.

Lo público es necesario, es lo que está reclamando a gritos un pueblo solidario. Y no somos solidarios por casualidad, lo somos porque hemos vivido el hambre y la miseria no hace muchas décadas, y entendimos lo que es “cuido hoy de ti, para que mañana cuide alguien de mi”. Lo entendimos como no lo han entendido muchos pueblos en la Historia, incluso hemos servido de ejemplo para otros.

Si lo público no es gestionado tan eficazmente como lo privado, quizá sea por culpa de quienes nos gobiernan, por ineficaces y  codiciosos.

Somos un pueblo austero, aprendimos a serlo por los avatares del destino que nos metió en una guerra fratricida, con décadas de hambre. Podemos ser austeros y lo seríamos generosamente, pero también somos un pueblo justo. Sabemos que no sería justo dejar en la miseria a los más pobres, mientras vemos como se enriquecen sin escrúpulos los ricos. Somos justos, porque lo aprendimos a golpes, a fuerza de acumularse civilizaciones, lo que a la larga aporta una gran dosis de sabiduría, que fue fraguando siglo a siglo.

Por eso somos sabios, y sabemos que quienes nos gobiernan no tienen la ética como norma de conducta, se han convertido en  una casta intocable y derrochadora, ajenos a la realidad y a la decencia. Y además, se han vuelto sordos. También sabemos que los bancos nos están chupando hasta la sangre, que los usureros especuladores hacen negocio con nuestra impotencia y  nuestros temores.

Mientras ellos no den ejemplo, nuestro brazo amenazante se va a mantener erguido, contra quien intente aplastarnos, porque a eso nos obliga la dignidad.

Somos un pueblo digno, que nadie lo olvide. La dignidad y el honor forman parte de nuestra sangre, lo hemos respirado día a día de la tradición. Eso nos impide ser un pueblo sumiso, al que no van a doblegar tan fácilmente. Han intentando tantas veces someternos, que tenemos la piel como armadura, y les va a costar mucho que bajemos la cabeza, para mirar al suelo, obedientes.

Somos un pueblo que mira de frente, en todos los ruedos y todos los escenarios, y mirando al enemigo a la cara afrontaremos lo que sea necesario, para seguir siendo el pueblo que somos, sin permitir que nos cambien, ni las peores circunstancias, ni los dirigentes más despiadados.

Se lo diremos todas las veces que haga falta, hasta que quieran escucharnos. Encontraremos la forma de insistir hasta el agotamiento. Y que no piensen que hay maniobras extrañas en nuestras intenciones, porque somos muchos y hablamos claro. Solo así, esta vez hemos conseguido unirnos todos, con una fuerza que ni nosotros mismos sospechábamos. Es la fuerza de todo un pueblo, por encima de las ideologías, por encima de la condición social de los individuos, por encima del interés particular o de las banderas. Somos un pueblo que está pidiendo a gritos que nos respeten y nos dejen ser como somos. Estamos orgullosos de lo que hemos construido, de lo que edificaron nuestros padres, desde la penuria y el sacrificio, y no dejaremos fácilmente que lo conviertan en ruinas. Hace doscientos años que echamos a los franceses y echaremos a quien pretenda dominarnos. Lo vamos a impedir, porque somos muchos y hemos aprendido que JUNTOS PODEMOS.

¿Qué hacemos los funcionarios en todo esto? Mantenemos engrasada la maquinaria democrática, ponemos en marchar el motor cada día (tragando saliva para soportar los despropósitos de ciertos gobernantes), cuidamos de que las prestaciones sean solidarias, de que los desempleados tengan un mínimo para vivir, de que nuestros hijos tengan una enseñanza de calidad, de que los enfermos sean atendidos con eficacia, de que los mayores tengan unas pensiones justas que les permitan sobrevivir dignamente, de que nuestras calles sean seguras y, sobre todo, de que nuestrasl ibertades estén protegidas, ante las situaciones de infortunio y los ataques de quienes solamente buscan en este mar revuelto su propio beneficio. Y esta vez, también, somos el dedo que pone en marcha las alarmas, para advertir del deterioro que están causando.

Somos muchos, conocemos nuestros  compromisos, ¡que no lo olviden!, porque somos un pueblo consciente de nuestras obligaciones. Dejaremos claras las condiciones, y vamos a  defenderlas con la verdad que nos asiste y el convencimiento de que JUNTOS PODEMOS.

Jesús del Río.

Terminaré con una cita de Thomas Jefferson hecha en 1802:

"Si el pueblo permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y las instituciones que floreceran en torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron".

¡Os suena!